LAS OBRAS DEL TREN MAYA EN CHETUMAL PERJUDICARON A UNA FAMILIA
Este es el escrito que realizó Escobedo Adrián y la queja es legítima. Antes (de las obras) no pasaba y ahora la casa de su familia es un peligro constante.
“El Precio del progreso”
Hace 54 años, cuando la tierra aún olía a campo virgen y los amaneceres eran un privilegio de los que madrugan con la esperanza en el corazón, mi abuelita llegó al rancho Sac-Nicté, frente a lo que muchos recuerdan como la antigua Expofer. Levantó su casa con esfuerzo, entre maíz, tierra mojada y sudor.
Ahí crio a sus hijos, vio nacer a sus nietos y envejeció con dignidad. Hoy, ese mismo lugar se ha convertido en una trampa que amenaza con arrebatárselo todo.
Con la llegada de los trabajos del Tren Maya, el discurso oficial promete desarrollo, turismo y conectividad. Nadie duda que México necesita avanzar. No estamos en contra del progreso, pero el progreso no puede venir a costa de la vida de quienes llevan medio siglo construyendo su hogar con las uñas.
Las obras mal planeadas y abandonadas han dejado el terreno de mi abuela convertido en una laguna estancada cada vez que llueve. El agua entra sin pedir permiso, inunda el solar, se mete bajo la casa y lo cubre todo. Lo peor: los cables eléctricos expuestos, que ahora flotan bajo el agua, convirtiendo cada charco en una amenaza de muerte silenciosa. Una chispa. Un paso en falso. Un descuido. Eso basta para una tragedia.
Ninguna autoridad se ha presentado a dar la cara. Nadie supervisa, nadie da solución. Como si la vida de una mujer de 84 años fuera desechable. Como si el progreso tuviera licencia para arrasar lo que encuentra a su paso.
No pedimos que se detenga el Tren Maya. No pedimos privilegios. Pedimos respeto. Pedimos justicia. Pedimos que se nos escuche. Queremos que mi abuelita vuelva a vivir tranquila, como lo ha hecho por más de cinco décadas, sin temer que una lluvia pueda ser su última noche.
Llamamos, con urgencia a las autoridades correspondientes a resolver esta situación. Que el progreso no sea sinónimo de olvido ni de destrucción.
Porque el precio del progreso nunca debe ser la vida de quienes lo han sostenido desde abajo.